Rápidamente saqué mi celular de la bolsa y marqué sin ver cuál de los contactos había seleccionado:
-¿Aló?
-Ehmm… – me fijé en la pantalla para ver el nombre de a quien marcaba – ¿Claudia?
-Sí, ¿quién habla?
-Eeeeste… – haciendo un recorrido mental por las Claudias que conocía – soy Ian
-¡Hola Ian!, ¡qué milagro!, precisamente me acordé de tí hace unos segundos, ¡qué loco!, ¿no?
¡Ya está!, recordé quien era a quien marcaba: Claudia era una amiga que conocí en un grupo de Teatro, apasionada de la actuación enfrente del público, idealista, entregada y de mente abierta.
-Sí, muy loco, ¿qué me cuentas de nuevo Clau?
-¡Uff!, pues un mundo de cosas…-
-¡Excelente! – la interrumpí- ¿qué te parece si nos echamos un cafecito y me platicas?- Sí quería saber de ella y más aún, necesitaba compartir lo que me estaba pasando.
-Claro, ando por el Café Paris, de hecho aquí iba a comer con una amiga, pero me acaba de mensajear que no podrá venir, así que si quieres, aquí nos vemos-
¿Coincidencias?
-Perfecto, salgo para allá, llego en unos 10 minutos-
-Ok, aquí te espero-
¡Genial!, me encanta cuando soy consciente de las sincronías de la vida. Me subí al auto y me dirigí al Café Paris, sintiendo gran satisfacción que fuera Claudia la primera que supiera de mi estado actual, que pensándolo bien, era la mente más abierta dentro de mis conocidos, ¡ja!, ¡ni mandado a hacer!.
Ya un poco acostumbrándome, fui percibiendo todo en el camino y a una cuadra antes de llegar al café, la percibí a ella, como cuando detectas un olor, pero en sí, era más que un olor, era la percepción completa de quien es, y la percibía tal y como la recordaba pero más profundo, si la pudiera definir según esta percepción, era como una mañana de domingo, algo suave, sutil, fluido, fresco y suave, así era ella.
Estacioné el auto y llegué al café mientras encontraba a Claudia en las mesitas de afuera, comiendo una ensalada y leyendo un libro, ¡clásico de Clau!. Nos saludamos y comenzamos a platicar y mientras escuchaba sus relatos, la veía a los ojos descubriendo que las escenas que ella describía, yo las podía dibujar en mi mente con una claridad poco común, ¡con colores y todo!, con aromas, sensaciones, sonidos, sabores, ¡todo!… ¡¡¡woow!!!. Tan claras eran que me entró la duda de si eran creaciones de mi mente en base a sus relatos, o eran algo más y me adentré a descubrirlo.
Claudia me contaba – ¡¡¡Y no sabes!!! – relataba emocionada – Entré al escenario y todo lo demás dejó de existir y me convertí en el personaje, las palabras y emociones fluían en mí de modo que ni tenía que recordarlas, sólo salían… al final, ¡todos aplaudieron de pie!, y lo que más me conmovió fue al ver aplaudiéndome dentro del público a mi maestra de teatro de la primaria, ¡la Miss Finnes!-
En la imagen que estaba en mi mente no solo veía a la Miss Finnes: una señora que antes de ese momento no conocía y que percibía como una anciana vestida elegantemente y acompañada de una mujer que le ayudaba a moverse, si no que sentí su satisfacción de ver a su alumna en esa máxima expresión de actuación que a ella tanto apasionaba; de hecho, al fijarme en los ojos de la Miss Finnes, fui consciente de como esa vivencia le dio el significado a su vida que ella tanto requería en ese momento, para unos días más tarde desencarnar en paz.
-Ha de haber sido muy gratificante para ella – le dije a Claudia.
-Sí, lo sé, la veía muy entusiasmada… de hecho, supe que murió hace poquito, así que súper bien que alcancé a mostrarle lo que inspiró en la niña de 7 años que yo era cuando la conocí- decía Claudia llena de positivismo.
-Sé que así fue Clau, creéme- nunca había dicho esas palabras con tal certeza.
-Pues sí, en fin.- decía acompañando sus palabras de un suspiro concluyente- Oye Ian y a todo esto, ¿de dónde vino que me marcaras ehh?, cuéntame-.