Amanecí en el bosque al lado de un gran río, desnudo y con tinta sobre mi cuerpo. Caminé hasta la carretera y le hice señas a los autos, hasta que alguien me recogió; él no hablaba mi idioma y yo no sabía donde estaba. A señas nos comunicamos, abrió la guantera y me señaló una postal de Pilismarót, un lugar cerca de Budapest, ví una cámara fotográfica al lado y le pedí que tomara fotografías de la tinta que traía sobre mi cuerpo, antes de que se borrara y descubrir que hacía yo en Hungría. Zoltán tomó las fotos y enseguida las vacío a su computadora para armar el rompecabezas. Era un mapa de Burdeos, con una marca en el Barrio de Saint Pierre. Zoltán se ofreció a llevarme y nos dirigimos hacia allá. Al llegar al lugar indicado por el mapa, toqué la puerta, un anciano se sorprendió al verme llegar y asustado, me invitó a pasar, fijándose en que nadie de afuera de la casa nos viera entrar. Adentro, un ritual se daba lugar, me invitaron a pasar hacia el centro y todos aplaudieron y empezaron a cantar algo que yo no entendía. De pronto se acercó a mí una persona, si es que le pudiera llamar persona, alta, delgada, de cabello largo y con una túnica larga que tapaba todo su cuerpo, su cara tenía rasgos demasiado finos que dificultaban distinguir si se trataba de un hombre o una mujer; extendió su mano y la tomé, en ese momento desaparecí.
