Me imaginé que era un rey,
¿un rey sin reino?,
¿podía acaso existir tal cosa?,
¿a quién reinaría?,
¿qué sería objeto de mi cuidado?.
Ni corona, ni cetro,
ni trono, ni súbditos.
Demasiadas preguntas,
las hice al espejo…
y me respondió,
sin más magia que mi reflejo:
«Eres el rey de reyes,
en este castillo de carne y hueso,
con este reino de sentimientos y pensamientos,
solo requieres un súbdito:
este bufón que aviva tu alma,
dichoso eres de esta gran verdad,
que es tu cetro,
que dirige tu voluntad
y hace brillar tu corona,
en tu trono de existencia».
¡Es verdad!, ¡Yo Soy El Rey!