La evolución es algo inevitable; como un resorte que vuelve a su forma original, el ser humano está destinado a volver a ser la luz de la cual proviene y en ese trayecto, otro ser vivo le acompaña: el planeta. Este planeta, cariñosamente llamado por el hombre, la «Madre Tierra», es una extensión misma de la humanidad, con la que coexiste de una manera equilibrada. Tal como en un ser humano, el alma y el cuerpo físico, están íntimamente entrelazados y lo que sucede en uno, impacta al otro; así el planeta responde a la humanidad, y así si la humanidad necesita una experiencia transformadora, el planeta colabora para detonar una condición propicia. Así, constatamos, que el planeta se las arregla, para promover que el ser humano vuelva a estar cerca de su familia, vuelva a fijar su atención en su interior, más que en el exterior y que realice el viaje de descubrimiento dentro de sí mismo, que impulse su evolución, un eslabón más. Casi por evolución natural, la gente que se distrae de lo esencial, cae en stress y enferma, mientras que quien escucha su intuición y la sigue, habilitando cada vez más la relación con su ser espiritual, se mantiene lleno de vitalidad y con una conciencia amplia, para seguir evolucionando y apoyando al mismo tiempo, la evolución de sus hermanos. La población encuentra también su equilibrio y da paso a la nueva generación de seres humanos, con una conciencia mayor e inmunes, en su inocencia, a los vicios y virus que enferman a la sociedad, provocando por el contrario, a través de su conciencia mayor, una etapa saludable del planeta y la humanidad, donde el equilibrio se reestablece y el cambio es una espiral constante de evolución.
