Por Atahualpa Irigoyen.
Era una mañana fresca, de primavera, con los primeros rayos de sol iluminando las espigas silvestres de esa granja. Ahí vivía Don Jacinto, y Don Jacinto tenía un jardín que amaba y atendía con gran entrega: regaba sus plantas, removía la tierra, echaba el abono, podaba los árboles, limpiaba las hojas y hacía todo lo que se necesitara para que la vida estuviera presente en ese espacio, floreciendo y creciendo.
Las plantas de ese jardín eran felices con los cuidados de Don Jacinto, unos geranios grandes y fuertes adornaban la entrada, al fondo había unos bambús, resguardando todo el jardín y en medio, las flores más bellas y variadas, de todos colores y aromas; las abejas, mariposas y colibríes eran los visitantes más frecuentes ante tanta variedad.
Al centro de ese hermoso jardín, estaban las rosas, despampanantes de belleza y con su perfume dulce que envolvía y acariciaba. Esa mañana se escuchaba platicar a las rosas y una le decía a la otra,
- Hola amiga, esta mañana me ha regalado un rocío que ha dejado brillantes mis pétalos. Creo que hoy Don Jacinto me llevará y acompañaré la mesa de un gran desayuno familiar –
y la otra le contestaba,
- Así será amiga, y mírame a mí, con este color blanco puro, seguramente seré parte del ramo de una novia en el altar, y ella me regalará a sus amigas que brincarán de alegría por atraparme -.
Así eran las conversaciones de las rosas, todas anhelando esos momentos en los que su belleza adornara algún evento o ceremonia especial. Y ahí estaba Prana, una rosa que apenas había salido del botón y disfrutaba su despertar, saludaba a todo y a todos, maravillada de verlos por primera vez:
- ¡Hola!, tu has de ser Sol. Siento tu calor, gracias por mantenerme cálida mientras salía del botón.-
- Hola Prana, sí, yo soy el Sol y estoy feliz de verte. ¡Qué bueno que te guste mi calor!, siempre estaré aquí para ti. –
Le contestaba el Sol.
- ¡Hola!, ¡tu también eres una flor como yo!. ¿Qué es aquí?, ¿quién es ese señor? –
Le preguntaba Prana a una flor que estaba a su lado.
- Hola pequeña. Sí, yo también soy una flor como tú, sólo que un poco más grande y este es un jardín, aquí vivimos. Me llamo Maya y ese señor es Don Jacinto, el es quien cuida este jardín. –
- ¡Ohhh!, ¡qué bonito señor! –
Exclamaba Prana con asombro, al ver a Don Jacinto regando el jardín.
Y así fue conociendo Prana todo lo que existía a su alrededor, ahora que ya había salido del botón y disfrutaba las formas de los sonidos que escuchaba cuando estaba aún dentro. Conoció al sol, a las flores, a los insectos que rondaban por ahí, al viento, al rocío, al agua y ¡hasta al estiércol!. De todo se maravillaba Prana.
Don Jacinto descubrió a Prana mientras regaba y la saludó:
- ¡Hola pequeña!, ¡bienvenida a la vida!, espero te guste el jardín, ¡qué bella naciste!, justo aquí donde te da la luz del sol y te llega el agua abundante, eres una rosa hermosa.-
- Gracias Don Jacinto. – Respondía Prana.
- Él no puede oírte Prana. – Le explicaba Maya – pocos hombres escuchan y entienden el lenguaje de la naturaleza.
- Y si no puede oírme, ¿para qué me habla? – Preguntaba Prana.
- Excelente punto Prana, no lo sé, tal vez Don Jacinto solo da sin esperar recibir algo a cambio. – contestaba su amiga.
- Pues yo le hablaré – decía Prana.
Y por alguna razón, Don Jacinto platicaba mucho con Prana, le contaba lo que sentía, lo que había en el monte, lo que había sucedido ese día con los animales que había llevado a pastar y al río, le contaba de su hijo y de su esposa, y en general, él se sentía muy a gusto ahí junto a su nueva amiga. Y Prana era muy feliz de que le visitara y le platicara cosas, en respuesta, ella le agradecía y le contestaba también con el anhelo de que su mensaje llegara a él.
Un buen día, una persona visitó el jardín y eligió a Maya para acompañarla.
- Adiós Prana, sigue siendo tan bella y cuida tu pureza. Voy a seguir mi camino, a cumplir mi propósito. Fue un gusto estar contigo. – Decía Maya al despedirse.
- Adiós amiga, gracias por explicarme todo, que te vaya bonito. – Contestaba Prana.
- ¡Ah!, una última lección: éste – decía Maya, mientras expelía algo de su perfume – es el perfume, es nuestra esencia y con él llegamos más lejos de lo que nuestro cuerpo de rosa alcanza -.
Y en ese momento, el visitante se llevaba a Maya consigo.
Prana se quedó asimilando esa lección del perfume y trataba de sacar un poco de sí, aprendiendo a hacerlo.
A la mañana siguiente, Don Jacinto no llegó a regar el jardín y Benito, su perro, gemía a lo lejos. Prana le hablaba.
- ¡Benito!, ¡Benito!, ¡Ven!, ¿Qué está pasando? –
Y Benito llegó al jardín, algo agitado para avisar lo que sucedía.
- Hola Prana, es Don Jacinto, no se pudo levantar hoy de la cama. El señor de blanco ya vino a ver que tenía y dijo que era su corazón, que ya no funcionaba muy bien. Creo que es por que ya tiene muchos años Don Jacinto, ¡mi amigo ya era grande cuando yo era cachorro!.
- ¡Oh!, ¡qué pena!, ¿hay algo que podamos hacer por él? – preguntaba Prana.
- Pues yo sólo se acompañar, así que eso haré por él. Te aviso si pasa cualquier cosa. – contestó Benito y se fue de nuevo al lado de su amo.
Prana se quedó pensando en que podía hacer, y se decía a sí misma:
- ¿Qué puedo hacer?, tal vez Maya sabría que hacer, ella siempre sabía todo –
En eso, recordó la última lección que le dejó su amiga. Vió hacia el cuarto donde dormía Don Jacinto y notó que la ventana estaba entreabierta.
- “con él llegamos más lejos de lo que nuestro cuerpo alcanza” – resonaba la frase de Maya en Prana.
Pero aún no le salía el truco, así que miró hacia arriba y ahí estaba el Sol, entonces le pidió ayuda.
- Hola Sol, ¿tu sabes como puedo sacar el perfume?, necesito llegar hasta donde está Don Jacinto y estar con él. –
- Hola pequeña, sí, lo veo todo desde aquí, no te preocupes, mi luz está contigo y con ella, creces a cada instante, tu perfume saldrá en el momento perfecto y acompañará a tu amigo Don Jacinto, sólo haz tu parte y confía. – Respondió el sol con sabiduría y “guiñando un ojo” al viento.
Prana intentó todo el día sacar su perfume y llegar a su amigo, hasta que cayó la noche y cansada, durmió un poco. El sol le encargó a la luna que velara por Prana y su intención; así lo hizo la luna y reflejó la luz a los últimos pétalos que quedaban por abrir en Prana, su perfume entonces fue saliendo poco a poco y el viento hizo su parte, llevándolo hasta la cama donde Don Jacinto estaba.
- ¡Amiga!, ¡te veo! – Exclamó el anciano mientras su cuidadora pensaba que eran los delirios antes de su partida.
- ¿Don Jacinto? ¿me ve? – respondió Prana.
- Sí, te veo, te escucho, te huelo. Jajaja – Reía Don Jacinto y empezaron a platicar de ida y vuelta, justo como lo imaginaban en el jardín:
- ¡Qué gusto verlo reír Don Jacinto!, ¿qué está pasando?, ¿cómo está? –
- Estoy bien, pequeña; parece que mi hora llegó –
- ¿Su hora llegó?, ¿su hora de qué? –
- De partir querida Prana, de seguir mi camino sin este cuerpo que ya se hizo viejo –
- ¿Ah sí?, pero ¿Y ahora quien nos regará? –
- No te preocupes pequeña, eso está arreglado. De todos modos, gracias por venir a visitarme, por escucharme y por hablarme, pues aunque mis oídos no te escuchaban, mi corazón sí, y por eso seguía contándote mis cosas. Lo necesitaba para emprender este viaje, para ir ligero y libre. –
- ¿Cómo un perfume?. –
- Exactamente así mi hermosa, cómo un perfume. –
- Pues es un placer para mí Don Jacinto, venir con usted; después de todos los cuidados que nos da a todas las plantas en el jardín, es lo menos que podía hacer. –
- Jajaja, lo menos no mi pequeña, es justo lo que debía ser: lo que es, siempre es así. Parece que ya me llaman “de arriba”, es hora de dejar este cuerpo, que bien que descubriste cómo sacar tu perfume, es la mejor despedida que puede desear un hombre de la tierra. Gracias. ¡Adios Prana!, ¡nos vemos pronto! –
- Adiós Don Jacinto, buen viaje.-
Y Benito aulló, despidiendo a su amo.
Al amanecer, Prana despertó. Era un día nublado y se sentía algo triste por la partida, todo el jardín estaba de luto, solo los cempasúchil estaban de pie honrando al viejo. En eso, las nubes se juntaron y llegó la lluvia, Benito ladró y Prana levantó de nuevo su corola al cielo, justo cuando escuchó en el caer de las gotas, un mensaje para ella:
– Hola de nuevo mi pequeña. Te dije que ya estaba arreglado esto del riego. Jajaja -.
FIN
(foto de Andreas Brun)
Qué buen final ♡ jaja
Jaja, gracias. Como todo ♡ 😉