En un ir y venir,
entre el espíritu y el cuerpo,
entre el deseo y el hecho,
entre la esencia y la forma.
En un ir y venir,
abarcándolo todo,
integrando el infinito,
y quitándole la cubierta,
a la esfera de la conciencia,
que se limitaba por el «ya lo sé»
del conocimiento pasado,
que aunque creciera,
seguía siendo una barrera
entre algo y el todo.
La barrera cayó,
la esfera dejó ver
la luz que era,
ya sin bordes, ya sin freno,
con todo el brillo,
de la luz eterna,
sí…
la luz que a todos sirve,
la que todos somos.
Y en el sinfín,
de una melodía eterna,
ahí te encuentro,
de nuevo y siempre,
en el mismo portal
que me enseñaste a usar,
el día que sentiste mi amor
y tu corazón brincaba,
de alegría de ser reconocido
por la fuente de la cual, surgió
y por la semilla que lo cultivó.