Instante

Era un día soleado, yo subiendo la montaña, tal como me enseñaron mis padres, respirando el aire puro y descubriendo una nueva vereda. A lo lejos se escuchaba la gente que subía en la vereda ya trazada, esta vez eran muchas personas, parece que al estar cerrados los gimnasios, los cuerpos encontraban en subir la montaña, un recurso más disponible para encontrar su estado ideal. ¡Tan inteligente la naturaleza!

Avancé abriéndome paso con las mangas de mi chamarra, haciendo a un lado las ramas de los matorrales que habían desarrollado espinas en su tallo. Visualicé un sendero por recorrer, me dispuse a crearlo mientras avanzaba y me llevó a tres grandes árboles que habían crecido entre muchos matorrales, destacaba su altura y su grandeza en el resto de la vegetación. Ahí parecía un buen lugar para hacer el ejercicio.

Me senté con la base de la columna pegada a la tierra, cerré los ojos, inhalé profundo y al exhalar suave, dejé ir mi identidad. De nuevo ahí, sintiendo mi latido, y en él, el de la montaña, sentía el inhalar y exhalar de los árboles, el viento llegaba y me susurraba al oído, palabras sin sonido que me convertían en la paz de la montaña.

¿Qué más hay de esto? Seguí avanzando, la montaña era parte de una cordillera que también tenía cierto pulso, cierta vibración, se movía. ¿Qué más hay de esto? Tanto las montañas, como los desiertos y los océanos, tenían el mismo pulso, el pulso del planeta, del planeta tierra, lo reconocí como un hermano, distinta edad, distinta manifestación, misma luz y al estar ahí en su centro, cálido y fluido, este planeta era solo una extensión de un sistema, en el que el sol dictaba el ritmo, fui ahí; sus explosiones solares evidenciaban la vida y estaban en sincronía con la vida en los planetas conectados a ese sol. También era un hermano, un ser de luz viviendo su experiencia, experimentando su vida y conectado a las estrellas del universo, todas en sincronía. Y conforme más conexión detectaba en los astros, todo mantenía el mismo pulso, una vibración sobre la cual se montaban el resto de las manifestaciones existentes, así se conectaban la estrella más brillante y la sonrisa de un niño, el agujero negro más remoto y el respirar de un caballo, todo en sincronía… la sincronía era el pulso y el pulso dictaba la vibración. Me convertí en ella, desaparecieron las formas cuyas ultimas representaciones eran unos triángulos en acomodos perfectos: la simetría, se fue el tiempo y el espacio, se fueron los colores, se fueron las distinciones de uno y otro, era el todo.

El mismo trayecto fue llevándome de regreso, con fluidez, montado en una ola que ahora venía de vuelta: se creó la luz, el calor, la materia, la evolución, el universo, el planeta, el hombre, yo. Inhalé profundo, exhalé suave, reconocí el instante exactamente igual a ese en el que la conciencia se expandió. Me di un momento para ubicar la conciencia de nuevo “ahí”, respiré profundo unas cuantas veces y me puse a grabar un ejercicio guiado en la montaña, en el cual, con sincronía, participó un ave, además del resto de la montaña y el universo. Recibí una llamada familiar y el día siguió su “aparente” cotidianidad. Hoy desperté con la imagen del corte transversal de un tronco mostrando las capas y me hizo recordar esa expansión de conciencia en un instante, tal como la huella de vida que la expansión de un árbol deja en su tronco.

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Foto de Pixabay.

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