Siempre que nos vemos, nos reconocemos; no importa el planeta, ni la dimensión.
Desperté sin saber donde estaba ni quien era, mi mano derecha aún estaba borrosa y mi entrecejo aún vibraba. Sabía que no era quien inició el ejercicio, lo único familiar era el incienso.
Me detuve a ayudarla en la carretera hasta que llegó la ambulancia por ella, se salvó y no la había vuelto a ver hasta hoy que su hija se casa con mi hijo.
Estos piquetes en la cabeza no me duelen, pero siento que llegan hasta una parte de mí que no es mi cuerpo… ¡Oh! Justo ahora están haciendo contacto dentro y… lo veo, ¡es momento de liberarlo!
Esto ya lo había vivido, yo era ese chico que anda aquí abajo, lo único que me queda ahora es agitar mis ramas e indicarle donde encontrar el báculo.
Atahualpa Irigoyen 