Me encontré con la traducción al inglés de la expiación y ví que estaba formada de una forma muy peculiar: at-one-ment, como siendo uno, unificando, reconciliando y precisamente así es, es esa reconciliación de lo humano y lo divino.
En español, la palabra también contiene elementos interesantes como el «ex» que nos habla de externar, de mostrar, de sacar de dentro hacia fuera y el elemento «pia» que viene del latín «Pius» que denota al Santo, al virtuoso y por lo tanto se refiere a la acción de mostrar la pureza y se conecta igual con la reconciliación.
Y más allá del significado que comúnmente se le daba a la palabra asociándola a la expiación del pecado a través de un tercero, fuera en tiempos remotos, un chivo expiatorio y en sí, los sacrificios animales o hasta humanos. La expiación (atonement) tiene un poder más grande, al reconciliarnos con la unidad, al manifestar lo divino.
Sucede que cuando estamos en una frecuencia de pensamientos duales, experimentamos la separación y el juicio habita la mente; y ahí es cuando la expiación es este regreso al padre, el cual se hace a través de la conciencia clarificadora que nos muestra la verdad. Es decir, cuando elevamos nuestra conciencia al nivel de la unidad, la expiación se da de manera natural como un acto en el cual la luz se manifiesta a través de nosotros, es decir, somos el canal por el cual la conciencia trasciende un plano y se eleva a otro que lo contiene.
Esta elevación de la conciencia es la manifestación del Cristo, que es la iluminación, es el camino de regreso al padre, es la verdad y la vida. Entonces esta expiación sí es a través del Cristo, el Cristo en nosotros que nos muestra la verdad, que precisamente nos regala la conciencia de la unidad que somos manifestando una experiencia humana en una ilusión de dualidad que sirve para el reencuentro y el reconocimiento. O sea que la expiación, pone de manifiesto la divinidad que somos, a través de una conciencia iluminada con la verdad (YO SOY). Así pues, Cristo abre los cielos, es decir, quita el velo para que veamos el cielo, es la conciencia de que ese cielo existe y que ya somos en él, siendo uno con el todo.
He aquí el recordatorio que precisamente nuestro guía interno, nuestro yo verdadero, nos hace para elevar nuestro pensamiento y ser la consciencia de lo que somos en verdad (YO SOY), poniéndolo de manifiesto.
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Foto de Atahualpa Irigoyen