Cuando seguimos a nuestro interno, le damos atención a nuestra esencia, reconociendo su existencia y siéndola en nosotros. El camino tiene partes suaves y partes ásperas, experiencias llenas de gozo y experiencias llenas de dolor, que son en sí, las mismas experiencias, solo vividas en distinto estado de consciencia. Y es precisamente la atención, la brújula de nuestra barca en el mar de la vida.
Seguir esas corazonadas, seguir la intuición es lo que mantiene el enfoque y la atención en lo importante, en lo interior que se vuelve exterior.
Cuando no sigues tu voz interna, la atención se vuelve a las distracciones y te llevan a estar en un estado de inconformidad constante, que a veces ni sabes de donde viene. Y realmente sí sabes, solo que no lo escuchas: eres tu queriendo ir a casa, a la fuente, a la luz. La buena noticia es que el ser interno siempre está ahí y siempre te guía, y te ama tanto que reordena las piezas según el camino que elijas: ¡Sí!, si te mostraba el camino A y tomaste el camino B, mueve las piezas del camino B para que sea el camino que te conecte con tu grandeza. O sea, la ruta que elijas, siempre será la ruta «correcta», pues la luz va dentro de ti, y sea cual sea la ruta, la experimentarás en lo que ofrece tal ruta, pues sea cual sea, lo que te ofrece son espejos que te muestran lo que eres.
Es decir, la luz, la fuente y ese hogar del cual venimos, es algo que somos y en sincronía con ello, el camino que elegimos andar en la vida, es justo el que es perfecto para resonar con esta fuente, y nos brinda las experiencias perfectamente diseñadas para que se manifieste esa luz donde más la notemos. Esto es abundancia, esto es plenitud, esto es ser el hijo más amado de Dios, esto es el cielo.
Al aceptar la grandeza en nosotros y dedicarnos a manifestarla, el estado en el que vivimos es un estado de gozo en el que todo fluye y no se presenta la duda, es como dicen los artistas, la zona. Imagina a Miguel Angel Buonarotti esculpiendo el David; imagina a Leonardo Da Vinci pintando La Gioconda; imagina a Beethoven descubriendo la Sonata Quasi una Fantasia y así todos los seres humanos, tenemos a nuestro alcance este estado en el que el gozo nos indica que estamos ahí, como cuando gozamos al jugar con nuestros hijos y verles su sonrisa de sentirse amados, cuando gozamos al visitar a nuestros viejos y verles el brillo en los ojos de vernos ahí, cuando gozamos al sacar a pasear al perro y vemos que va feliz moviendo la cola, cuando gozamos al regar las plantas de nuestro jardín y vemos que crecen y florecen y sentimos su belleza, que nuestros sentidos confirman con los colores que ven nuestros ojos y los aromas que perciben nuestro olfato.
En este instante (y en éste, y en éste, y en éste… en todos), el cielo ya existe para mí, pues YO SOY este cielo: este cielo es un estado de consciencia, en donde precisamente la consciencia que vive en él, es la misma que habla en mi interior, a la que llamo intuición, es quien YO SOY.